«El Patillas ha dejado de ser lo que era», sostiene Amando, que se siente como si le hubieran robado el patrimonio. «Para él es un sufrimiento comprobar cómo es ahora lo que ha sido el negocio de su familia. Por eso lo vende, tanto el bar como el piso superior donde solía quedarse cuando dejábamos la playa por unos días. Le duele mucho ver en lo que se ha convertido», añade Chari, su compañera.